17 de enero de 2006

El Callejón del Diablo
















Hasta hace algunos años existía, a corta distancia de lo que hoy es el centro de la ciudad, una estrecha callejuela conocida con el nombre de Callejón del Diablo. La citada vía, que empezaba en el descampado de San Martín y desembocaba en la Zanja, consistía en un pasadizo sombrío bordeado de árboles frondosos y atravesaba un paraje solitario en el que, a modo de vivienda, se descubría una casucha paupérrima habitada por un tísico. Como se comprende, ya sea por el enfermo, por el nombre del callejón o quizá por su lobreguez, el hecho es que poca gente se aventuraba de día por esa ruta; y quien la utilizaba, procuraba salvar su recorrido apresuradamente. Naturalmente, de noche únicamente los temerarios se atrevían a cruzar la tal callejuela; teniendo para ello que valerse de todos sus sentidos, pues después del ocaso reinaba allí una profunda obscuridad.
Y viene el cuento. En cierta ocasión, uno de aquellos bravos que son capaces de tragarse el propio diablo volvía a casa, luego de una sabrosa plática con sus compañeros de la ritual tertulia nocturna. Se internó en el callejón y, hallándose casi a mitad del camino, acertó a vislumbrar una figura que se apoyaba en el tronco de uno de los árboles mencionados. Tuvo un ligero sobresalto, per inmediatamente se recuperó y mustió para sus adentros: -¿Con que forajidos a mí, eh? ¡Ahora verás!-. Y empuñando las manos, se dirigió resueltamente hace el sujeto. Ya se encontraba a unos metros del individuo cuando, de pronto, se iluminó la escena y surgió ante los ojos del valiente un ser horrendo que reía malignamente. El noctámbulo sintió que la tierra se hundía bajo sus plantas; pero, acicateado por su instinto de conservación, en lugar de desmayarse se puso pies en polvorosa, logrando así evadirse de una segura desgracia.

La noticia de que el callejón de marras se aparecía el demonio cundió entre la población y, a consecuencia del incidente ocurrido al trasnochador de la historia, se propaló que otras personas ya habían sido asustadas por el monstruoso espectro. Y, si regularmente el callejón era escasamente transitado en las noches, al comprobarse que Lucifer se había establecido en él, ya nadie osaba ni por equivocación usar este camino después de ocultarse el sol.
Y, como sucede siempre que se trata de las calamidades públicas, alguien ducho en cuestiones diabólicas aconsejó que, para evitar que el diablo comenzara a incursionar fuera de su reducto y se abatiese sobre la comunidad quién sabe con qué malditos fines, se depositaran diariamente bajo el árbol infernal algunas ofrendas, de preferencia joyas y monedas de oro. Y así se hizo. Lo curioso del caso es que los supersticiosos que todas las mañanas iban a dejar obsequios a Satán, observaban que los del día anterior se habían esfumado, lo que les afirmaba en su convicción de que el diablo se complacía con los regalos que el pueblo le brindaba.

Pero el misterio llegó a oídos de dos fornidos pescadores sanfrancisqueños, que ya se las habían visto en sus correrías marinas hasta con basiliscos, de manera que estaban curados de espanto. Y dialogaron así los lobos de mar: -¿Qué te parece lo del diablo de San Martín? -A mi me parece que hay gato encerrado, y que el diablo ése tiene costumbres de ratero. Y tengo para mí que, como buenos hijos de Dios, si hay algo que no debemos permitir es el robo a sus ovejas, aunque el ladrón sea el mismo Belcebú -¿Crees que podamos hacer algo?-, preguntó el primero; -Sospecho que sí-, contestó filosóficamente el interpelado.
Esa vez, al filo de la medianoche, dos siluetas penetraron resueltamente en el pavoroso callejón. Y, como es de rigor, el presunto diablo esperaba pacientemente apoyado en su árbol para infundir el terror del más allá al desprevenido transeúnte que se arriesgase a ingresar en aquellos dominios del infierno. Ya estaba el padre de las tinieblas listo para encender su cartucho de azufre y mostrarse a los que se aproximaban cuando súbitamente, a la luz de una antorcha nacida de la nada, vio emerger la imagen peluda, armada de negros cuernos y larga cola, del auténtico Satanás. No se reponía todavía de la sorpresa cuando experimento en las posaderas la mordedura de un fuego que le quemaba las entrañas, y que no era más que un tizón al rojo vivo que diestramente acababa de aplicarle en esa región uno de los pescadores; pues ya supondrá el lector que los sanfrancisqueños eran los autores del contraataque diabluno. Presa de un pánico indescriptible, el cavernícola sólo atinó a decir: -¡Jesús, el diablo quiere llevarme!-; y, profiriendo aullidos demoníacos, emprendió velocísima carrera, comparados con la cual los récords olímpicos no son sino juegos de niños.

A la noche siguiente, los pescadores se apostaron en el callejón, y, aunque montaron guardia hasta el alba, el diablo no apareció por ningún lado. Sin embargo, al poco tiempo de la vergonzosa retirada del adversario, se averiguó que un prominente personaje de la localidad se debatía entre la vida y la muerte a causa de una extraña y repentina enfermedad que, en forma de llagas, se le manifestó en los glúteos, aparentemente producidas por quemaduras profundas. El individuo sanó porque, según opinión del vulgo, se arrepintió de sus culpas y donó a una institución par pobres un lote de joyas, entre las cuales muchos creyeron reconocer las que ofrecieron al diablo junto al árbol.

Así fue ahuyentado el Angel Malo de su madriguera de San Martín. Y solamente quedó como recuerdo de los sucesos acaecidos el sugestivo nombre de Callejón del Diablo con que se designó durante largos años al siniestro recoveco antes de que, con el avance de la urbanización, desapareciera definitivamente de la red de vías pintorescas de la ciudad.

Fuente: Libro LEYENDAS APOCRIFAS
Folklore Campechano
Autor: Guillermo González Galera
Editado por el Depto. de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma del Sudeste
Septiembre de 1977
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Los Aluxes



Nos encontrabamos en el campo yermo donde iba a hacerse una siembra. Era un terreno que abarcaba unos montículos de ruinas tal vez ignoradas. Caía la noche y con ella el canto de la soledad. Nos guarecimos en una cueva de piedra y sahcab; para bajar utilizamos una soga y un palo grueso que estaba hincado en el piso de la cueva. La comida que llevamos no la repartimos. ¿Qué hacía allá?, puede pensar el lector. Trataba de cerciorarme de lo que veían miles de ojos hechizados por la fantasía. Trataba de ver a esos seres fantásticos que según la leyenda habitaban en los cuyos (montículos de ruinas) y sementeras: Los ALUXES. Me acompañaba un ancianito agricultor de apellido May. La noche avanzaba. . .De pronto May tomó la Palabra y me dijo: -Puede que logre esta milpa que voy a sembrar. ¿Por qué no ha de lograrla?, pregunté. -Porque estos terrenos son de los aluxes. Siempre se les ve por aquí. ¿Está seguro que esta noche vendrán? Seguro, me respondió. -¡Cuántos deseos tengo de ver a esos seres maravillosos que tanta influencia ejercen sobre ustedes! Y dígame, señor may, ¿usted les ha visto? -Explíquemes, cómo son, qué hacen. El ancianito, asumiendo un aire de importancia, me dijo: -Por las noches, cuanto todos duermen, ellos dejan sus escondites y recorren los campos; son seres de estatura baja, muy niños, pequeños, pequeñitos, que suben, bajan, tiran piedras,hacen maldades, se roban el fuego y molestan con sus pisadas y juegos. Cuando el humano despierta y trata de salir, ellos se alejan, unas veces por pares, otras en tropoel. Per cuando el fuego es vivo y chispea, ellos le forman rueda y bailan en su derredor; un pequeño ruido les hace huir y esconderese, para salir luego y alborotar más. No son seres malos. Si se les trata bien, corresponden. -¿Qué beneficio hacen? -Alejan los malos vientos y persiguen las plagas. Si se les trata mal, tratan mal, y la milpa no da nada, pues por las noches roban la semilla que se esparce de día, o bailan sobre las matitas que comienzan a salir. Nosotros les queremos bien y les regalamos con comida y cigarrillos. Peor hagamos silencio para ver si usted logra verlos. El anciano salió, asiéndose a la soga, y yo tras él, entonces vi que avivaba el fuego y colocaba una jicarita de miel, pozole, cigarrilos, etc., y volvió a la cueva. Yo me acurruqué en el fondo cómodamente. La noche era espléndida, noche plenilunar. Transcurridas unas horas, cuando empezaba a llegarme el sueño, oí un ruido que me sobresaltó. Era el rumor de unos pasitos sobre la tierra de la cueva: Luego, ruido de pedradas, carreras, saltos, que en el silencio de la noche se hacían más claros.

Tomado del libro: "Leyendas, ceremonias tradicionales y relatos de la zona maya".

9 de enero de 2006













Angels
(Robbie Wiliams)

I sit and wait
Does an angel
contemplate my fate?
And do they know
the places where we go
when we're grey and old?

'Cos I've been told
that salvation lets their wings unfold
so when I'm lying in my bed
thoughts running through my head
and I feel that love is dead
I'm loving angels instead

And through it all she offers me protection
a lot of love and affection
whether I'm right or wrong
and down the waterfall
wherever it may take me
I know that life won't break me
when I come to call
she won't forsake me
I'm loving angels instead

When I'm feeling weak
and my pain walks down a one way street
I look above
and I know I'll always be blessed with love
and as the feeling grows
she breathes flesh to my bones
and when love is dead
I'm loving angels instead

And through it all she offers me protection
a lot of love and affection
whether I'm right or wrong
and down the waterfall
wherever it may take me
I know that life won't break me
when I come to call
she won't forsake me
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Ángel

Ángel
(Robbie Williams)

Así es la ley, hay un ángel hecho para mí.
Te conocí, el tiempo se me fue
tal como llego…

Y te falle.
Te hice daño, tantos años yo…

Pase por todo si pensar,
te ame sin casi amar.
Y al final quien me salvo,
el ángel que quiero yo.

De nuevo tú, te cuelas en mis huesos
dejándome en tú beso, todo el corazón.

Y otra vez tú, abriéndome tus alas,
me sacas de las malas rayas de dolor

Porque tú eres
el ángel que quiero yo.

Cuando estoy fatal,
ya no se que hacer ni a donde ir
Me fijo en ti,
y te siento cerca, pensando en mí.

El cuerpo se me va
hacia donde tú estás.
Mi vida cambio.
El ángel que quiero yo…

De nuevo tú, te cuelas en mis huesos.
Dejándome en tú beso, todo el corazón.

Y otra vez tú, abriéndome tus alas
me sacas de las malas, rayas de dolor

Porque tú eres
el ángel que quiero yo
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